El bioclima mediterráneo es uno de los más expuestos a los impactos del cambio climático. Se prevé un incremento de la temperatura, de la irregularidad de la precipitación y de la frecuencia e intensidad de eventos extremos de sequía, olas de calor y tormentas. Por tanto, es esencial incrementar la resiliencia de los ecosistemas mediterráneos frente a estas amenazas y a otros impactos asociados a éstas, especialmente, los incendios forestales.

La intensificación agraria iniciada a mediados del siglo XX ha hecho que numerosos paisajes tradicionales en mosaico hayan evolucionado en dos direcciones opuestas:

A) En zonas llanas se fueron uniendo campos, creándose en terrenos cada vez más grandes y homogéneos y perdiéndose millones de árboles dispersos, márgenes arbolados (el 70% en Francia entre 1962-99 y el 50% en Cataluña entre 1957-81) y sistemas combinados con frutales y cultivos (el 90% en Francia entre 1945-2000 y el 97% en España entre 1962-99). Los paisajes resultantes son muy simplificados y con problemas ambientales asociados: pérdida de biodiversidad, degradación del suelo por la pérdida de materia orgánica y fertilidad; problemas de erosión, compactación y drenaje; contaminación mineral y orgánica de suelos y aguas...

B) En zonas de media montaña muchos terrenos de cultivo y pasto han sido abandonados, siendo ocupados por masas forestales predominantemente abandonadas. Además de estos “nuevos bosques”, las superficies tradicionalmente forestales del mediterráneo también se enfrentan al llamado círculo vicioso del abandono forestal: la baja productividad predominante, limitada por la disponibilidad hídrica y la ausencia de gestión en décadas, reduce la viabilidad económica de la gestión: en España solo se aprovecha el 15% del incremento anual de volumen de madera si no se considera la Cornisa Cantábrica. Los bosques resultantes son cada vez más densos, menos vitales y con más problemas de estabilidad y decaimiento, mientras aumenta su vulnerabilidad a los impactos del cambio climático (sequías, incendios, tormentas, plagas) reforzándose el círculo vicioso.

Los sistemas agroforestales son la combinación deliberada de vegetación leñosa (árboles y/o arbustos) con producciones agrícolas o ganaderas para obtener beneficios de sus interacciones. En este proyecto nos referimos a “sistemas agroforestales” centrándonos en dos modalidades: silvoarables (vegetación leñosa combinada con cultivos) y silvopastorales (vegetación leñosa combinada con producción pastoral). El componente leñoso del sistema se puede disponer en los márgenes del campo o bien como árboles en hileras, en islas o dispersos, pudiendo atender a múltiples objetivos, compatibles entre ellos: producción (madera, fruto, hongos, ramón), protección (biodiversidad, suelo, agua, bienestar animal) y paisaje. Se muestra a continuación algunos de los principales beneficios que ofrecen los sistemas agroforestales:

[A] Alta resiliencia ecológica y biodiversidad, gracias al incremento y diversificación de componentes del sistema, la creación de ecotonos y la restauración de cadenas tróficas y ciclos de nutrientes. Tres beneficios asociados son la mayor disponibilidad de fauna auxiliar, que permite abaratar la lucha contra plagas y enfermedades, la reducción de la erosión del suelo y la protección de la calidad física y química del agua (filtrado de lixiviados agrícolas y ganaderos).

[B] Alta resiliencia productiva y económica: estos sistemas son una práctica de eco-intensificación, donde los componentes del sistema (cultivos y pasto / vegetación leñosa) ocupan diferentes estratos, incrementándose la capacidad total del sistema de aprovechar la luz y el agua y nutrientes del suelo, así como los meses totales durante los que hay al menos un componente en actividad vegetativa. La productividad global es mayor y más estable y se reduce la vulnerabilidad del productor a las fluctuaciones del precio de un producto. La diversificación y generación de productos de alto valor añadido permite una diferenciación en el mercado, la valorización de la mejora del paisaje (eco-turismo), mercados emergentes (carbon farming, pagos por compensación de emisiones…) y la promoción de una economía circular a nivel de la explotación: uso de paja como acolchado de los árboles; trituración de restos de poda como cubierta seca, aprovechamiento energético de los árboles...

[C] Menor impacto de la sequía y eventos meteorológicos extremos: el componente leñoso crea un microclima con temperaturas suavizadas y menor efecto del viento, favoreciendo el cultivo o el pasto. Los árboles favorecen el bienestar animal al protegerlos del sol y las tormentas, y prolongan el período vegetativo del pasto en verano. La oferta forrajera se puede incrementar y diversificar al emplear árboles productores de alimento para el ganado. En bosques, reducir la densidad arbolada para fomentar el silvopastoralismo mejora el balance hídrico y la vitalidad de los árboles respetados, aumentando la producción de pasto y la fructificación.

[D] Reducción de la vulnerabilidad a incendios en sistemas forestales gracias al silvopastoralismo, que permite reducir la acumulación y continuidad del combustible gracias al doble efecto de consumo y aplastamiento de la vegetación baja.

[E] Aumento de la fijación de carbono: añadir árboles a terrenos de cultivo o pastoreo permite estabilizar e incrementar el carbono orgánico del suelo (menor superficie laboreada, aporte de materia orgánica) y el almacenamiento de carbono a largo plazo en la madera, un recurso renovable con múltiples aplicaciones.

Debido a estos beneficios, la necesidad de promover los sistemas agroforestales está mencionada explícitamente en las principales normativas comunitarias de los últimos años, entre las que destacan: Pacto Verde Europeo, Reglamento LULUCF, Estrategia 2050, Estrategias de Bioeconomía, Biodiversidad y Forestal o la Estrategia del Campo a la Mesa, entre otras.